Capítulo 8

Encontrarme de nuevo con Carlos fue algo furtivo en mi situación... cambié. Algo que yo no esperaba en mí. Cada vez sonreía más a menudo y me levantaba cada mañana con un poquito de más ánimo. Empecé a llevarme un poquito mejor con Ari... pienso pedirle perdón la próxima vez que la vea por el mal comportamiento que tuve con ella los primeros días de residir aquí. Luego estaba Antonio, todas las mañanas se me acercaba para darme los buenos días, pero el resto del día pasaba de mí como si no me conociese. Me molestaba, claro que sí, pero no podía hacer nada al respecto. En un momento pensé que se había pillado por mí, después desterré esa idea en cuánto vi como pasaba de mí como si yo fuese una desconocida. Tampoco me sentí con derecho de pedirle explicaciones. Pero las quería.
Mis pensamientos se interrumpieron con una idea. Sabía dónde podría encontrármelo... me propuse a cambiarme cuando entró mi abuela en mi cuarto.
-Abuela, sabes que no me gusta que entres sin avisar.
-Ya lo sé niña, he venido para coger una cosa que me ha pedido Carlos.
-¿Carlos? ¿Está aquí y no me has dicho nada? -estaba indignada.
-Niña... ha venido a trabajar, necesito que me arregle la tubería ya.
-Si, bueno... tienes razón, igual, yo iba a salir ahora abuela. Si no hay objeciones, claro.
-Si puedes salir. Pero no llegues tarde. -respondió mientras salía del cuarto con una herramienta larga, delgada y medio oxidada.
Miré mi armario, no había gran cosa... pero quería ir por lo menos diferente. Así que elegí un vestido, colorido. Eso llamaría su atención. Me solté el pelo sobre los hombros, me giré y vi como caía por mi espalda con ondulaciones. No me pinté, no lo necesitaba.
Me vi en el espejo y no supe si quería impresionar a Carlos, Antonio o incluso a mí misma. Me pellizqué un poco los mofletes para conseguir un colorete medio natural. Aunque, sabía que al bajar las escaleras, iba a ruborizarme.
Y acerté.
-Silvi... -su voz impresionada me puso eufórica. -estás... increíble.
Vi con satisfacción cómo a Carlos le costaba tragar saliva, y balbuceaba... eso, mientras me miraba de arriba a abajo.
-Así deberías de ir de vez en cuando Silvia. -me dijo mi abuela satisfecha.
-Gracias... -entonces, me ruboricé. Carlos no paraba de mirarme y se le empezó a escapar agua de la pequeña tubería que tenía entre manos. -Te sale agua.
-Si...
-De la tubería... te sale agua.
-Ay, dios, Carlos. ¡La tubería!
Carlos volvió en sí y se propuso a seguir con su tubería, mientras yo me daba la vuelta y contoneé un poco mi cuerpo.
-Adiós.
¡Silvia ha vuelto! Oh... si. Volver a ver a Carlos y relacionarme con gente ha servido para volver a lo que era. Pero lo haré poquito a poco... que no se note.


Mi paseo hasta el cementerio se me hizo eterno con tantas miradas y comentarios del pueblo... pero seguí mi camino y pasé de todo.

Entré por las grandes puertas de hierro del cementerio y de repente, todo se nubló negro. Pero no duró mucho, una mano cálida acariciaba mi mejilla y abrí un poco los ojos para ver quien era.
-Antonio... -susurré.
-¿Estás bien? -su voz preocupada me dio fuerzas para levantarme, claro, que con su ayuda me resultó más fácil.
-Sí... me he tenido que tropezar con algo.
-Te estás aficionando a las caídas en el cementerio, ¿eh?
Me reí por lo bajo.
-Eso parece... y tú a salvarme.
-Eso parece.
Cuando conseguí levantarme, me alisé el vestido y miré esos ojos oscuros. Un escalofrío me recorrió la espalda al ver con la intensidad que me miraba.
Una medio sonrisa se formó en su cara.
-¿Segura que estás bien?
Que mono... está preocupado. Ni si quiera me ha soltado todavía.
-Estoy un poco mareada, pero puedo yo sola. Gracias.
-¡Oh! Lo siento... en fin, yo... me tengo que ir.
-No. Espera, no puedo yo sola. -le dije cuando me soltó y sentí que volvía a caer.
Me cogió de nuevo, esta vez de la cintura y me ayudó a sentarme en un banco verde, forjado en hierro.
-Gracias Antonio.
-Llámame Becer.
-¿Becer?
-Sí... así me llamaba antes de mudarme aquí.
-Bonito apodo.
Se rió. Su risa sonaba como cánticos de ángeles, capaz de transportarme a otro mundo. A un mundo de fantasía.
-Sólo lo sabes tú... así que tendrás que guardarme el secreto.
-Será un placer. ¿Y qué a echo que vengas a este pueblo a vivir?
-Asuntos... familiares. A mi padre le destinaron aquí, prometiéndole un gran puesto.
-Suena bien. ¿Dónde vivíais antes?
Por un momento, supe la respuesta... después me reñí a mi misma por pensar cosas semejantes... un mundo de fantasía.
-Del extranjero.
-Vaya... sería increíble vivir fuera de aquí.
-Lo es. -su voz y sus ojos se transportaron a otro lugar, lejos de aquí... lejos de mí. Luego volvió en sí. -¿Y tú?
-Yo... no me gusta hablar de mi pasado.
-¿Tan malo es?
-La verdad es que sí.
-Esa mirada no me gusta... que tal si te invito a tomar un café. Te debo una.
-¿Me debes una...por qué?
-Por alegrarme el día.
Mi corazón me iba a salir del pecho... pegaba botes, cantaba, gritaba... mi respiración se agitó un poquito más de la cuenta.
El pareció no notarlo y si lo hizo, fue tan generoso y caballero que hizo como si nada. Se lo agradecí.
-Me parece bien. -conseguí decirle.


-¿Conduces?

-Claro. ¿Te dan miedo las motos?
-Mucho.
Mi mirada y mi voz tuvo que ser muy graciosa, porque empezó a partirse.
-Tranquila... a mi tampoco me gusta la velocidad.
-Sé que sí... y estoy segura de que lo dices por tranquilizarme. -le dije mientras miraba su kawasaki Z 750 de color negro metalizado.
-Venga, soy bueno cuando tengo que serlo.
Alzó su mano y me miró a los ojos.
-¿Confías en mí?
No hubo respuesta vocal por mi parte, le di mi mano mientras me subía detrás suya.
-Agárrate.
-Empieza a conducir antes de que me arrepienta... Becer.
Sus hombros subieron y bajaron a la velocidad de la risa.

Encendió el motor y arrancó. El trayecto fue impresionante si lo miras desde una perspectiva tranquila. Si mis padres supieran que estoy montada en la parte de atrás de la moto de un chico... me matarían. Mi mente viajó a los recuerdos que tenía tan bien guardados en mi memoria.

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