Capítulo 9

-¿Estás asustada? -su voz estaba amortiguada por el ruido del viento, pero la escuché perfecta y melodiosa.
Tuvo que ver el pánico en mi forma de agarrarle.
-No... tan sólo quiero llegar ya.
-Para eso tengo que ir más deprisa. ¿Aguantarías?
-Llegaríamos antes, ¿no? pues dale marcha a esto.
Vi por el retrovisor como Antonio ensanchaba su sonrisa a más no poder y giraba el manillar para coger velocidad. Entonces, un borrón de imágenes pasó delante nuestra he íbamos tan rápido que me sentía un ave en libertad. Y me vi a mí misma disfrutando de esa libertad.



-¿En serio le hiciste eso? -Él me miraba como si no me viese capaz de eso. Pero no paraba de reír.

-Claro que lo hice, se lo merecía.
-¿Qué hizo para que le hicieses eso?
-Bueno... la verdad, es que sólo eramos unas crías y no pensé que quemar su pelo largo y rubio tendría tales consecuencias. -Intenté llevar la conversación hacía otro lado.
-¿Qué consecuencias?
-Me expulsaron 2 meses y me castigaron otros 3 sin salir y sin paga. -se quedó pensativo... a lo mejor aún ni se lo creería. -¿Y tú?
-¿Yo qué?
-¿No tienes nada para contarme?
-No.
Me quedé callada, sin saber que decirle, sonó tan cortante...
-No... yo, siempre he sido un chico muy tranquilo y responsable.
Exploté y empecé a reírme.
-No... enserio.
-Te estoy hablando en serio, de verdad.
Volví a reírme.
-¿Es que no me crees?
Sus ojos, ahora picarones, me miraron de otra forma.
-¿Te han dicho alguna vez que tu risa es cómo cánticos de ángeles? O hadas... -esto último lo dijo apenas audible, pero conseguí escucharlo.
-No... nunca.
-¿En serio que no?
-No, lo de los ángeles sí, es muy típico.
-Entonces... ¿a qué te refieres?
-Hadas... nunca me habían dicho nada parecido. ¿Es que tú has escuchado a las hadas cantar?
Y entonces, me imaginé a mi misma, con unas alas saliendo de mi espalda, brillantes, un vestido lila ciñéndome el cuerpo... cantándole a un gran público, todo lleno de hadas, ninfas, duendes... pero cantando en especial para Antonio, que se mantenía oculto tras un arbusto.
Me reí antes semejante imaginación que estaba teniendo ese día.
-Claro que sí, ¿acaso tú nunca has tenido infancia? Todos de pequeños escuchamos a las hadas cantar.
-Yo no.
-Tú... tú eres rara.
-¡Oye! -le pegué en el brazo.
-¿Qué? Es cierto. -apenas podía hablar, no paraba de reír.
Le miré mientras mi ojos se entrecerraban y mi sonrisa picarona salía a la luz. Entonces, él me cogió de la mano, se levantó y prácticamente me llevó a volandas hacia la salida de la cafetería.
-¿A dónde vamos?
-Te voy a enseñar las cosas bonitas de Ronda.
Nos montamos en la moto, me puse el casco, el se volvió hacia mí y arrancó la moto. Callejeamos, paramos para comprar un par de refrescos, los puse entre Becer y yo. Después de un par de minutos, llegamos a la Alameda.
-Esto te gustará.
-¿Por qué estás tan seguro?
-Simplemente lo sé.
Cuando miré a mi alrededor y lo que vi me impresionó tanto como una enorme cascada en mitad de un valle extenso. Mirara dónde mirara, había plantas. Naturaleza.
-Creo que me he equivocado... -Me dijo Becer. 
-No sé a que te refieres.
-A esto... Nada de esto es lo más bonito de Ronda. -Me miraba intensamente.
-¿Y qué es lo más bonito de Ronda entonces si no es esto? -Señalé todo aquello.
Pero se calló y no dijo nada más. 
Un poco más a lo lejos, había un mirador. A mi derecha, me percaté de que habían unas enormes jaulas en las que vivían los animales cómo el pavo real... con sus enormes plumas de colores mezclados.
A mi izquierda estaban unos chicos sentados en la hierva hablando, otros estudiando y otros simplemente disfrutando del buen día.
Me di la vuelta, hacia Becer y volví a ver en sus ojos una lejanía. Pero pronto volvió en sí.
-Aquí vengo muchas veces a pensar.
-¿En que piensas ahora?
-Pienso y tengo la certeza de que te ha gustado muchísimo este sitio.
-Muchísimo es poco.
-Me alegro... hoy, me doy por satisfecho.
Le miré, no quería que me saliera mi sonrisa ni mis ojos picarones, me salieron solos... cosa, que nunca, jamás me había pasado... pero esta vez a pesar de eso, era mucho más diferente, yo sentía que había algo más detrás de esos ojos que se iban a otro mundo de vez en cuando, de esa sonrisa que se le congelaba y de esa mirada tan honda y profunda, en el que tenía que habitar mucho dolor, sufrimiento, asco y odio...
-Cuéntame algo más de ti. Eres interesante. 
-¿Yo interesante? No, nada de eso. -Le contesté adulada. 
-Claro que sí. Venga, va. -Insistió. 
-Pues no sé... -Pensé en algo interesante que poder contarle de cuando vivía en la ciudad. 
-Háblame de los chicos que tenías haciendo cola en tu puerta.
Exploté y mis ojos empezaron a llorar por culpa de la risa.
-No sé de que te ríes... Estoy seguro de que tenías a cientos de chicos haciendo cola por ti. 
-Bueno, te diré la verdad... No tenía a cientos, tenía a miles haciendo cola por mi y cada personaje más raro. 
Dios... ahí esta, su risa... mi piel tembló al escucharla.
-¿Cómo eran? -Preguntó.
-Muy raros en serio, había uno y esto es lo único cierto de todo esto, que tenía el pelo como los punkies, con una súper cresta de color verde y aunque me da pena decirlo, el tipo no tenía cara con granos, tenía granos con cara. -Su risa cada vez era más alta. -Pero lo peor de todo es que realmente se pensaba que era guapo... Yo no me creo que sea una diosa, pero creo que merezco un poquito más... ¿O no? -Mi mirada se quedó fija en su mirada, esperando una respuesta. 
Se calló hasta que encontró una respuesta. 
-Vale... para empezar, ¿tú te miras al espejo? ¿Te has visto? ¿En serio? 
-Muy bien... no sé como tomarme esas preguntas.
-Toma esas preguntas como un vacile, en serio, eres como diosa griega... -Y sus palabras empezaron a salir como si él no se diera cuenta de que las estuviera diciendo, si no como que las pensara. -¿Has visto tu cuerpo? Tu cuerpo es como un reloj de arena. ¿Y tu cara? Tu cara es como mirar el reino de los cielos... ¿Y tu piel? Tu piel es como la suave brisa de la mañana.
Y se calló de nuevo como si de pronto de diera cuenta de lo que me estaba diciendo.
Le miré, no con fascinación por las cosas que me estaba diciendo, si no a como se mira a un desconocido al cual de repente sientes que conoces de toda la vida, como si todas esas palabras fueran algo natural, algo que él te dices todas las noches.
-Lo siento, no quería...
-Tranquilo. No pasa nada. Pero me has sorprendido. Creo que jamás esperaba oírte decir nada de esto.
-Es cierto lo que te digo y cierto que lo pienso, pero no debería de haberte dicho nada, he sido un estúpido. Lo siento.
-Deja de disculparte. No has echo nada malo.
Me miró agradecido y le devolví la mirada.
-Cuéntame cómo eras de pequeño.
-No hay nada que contar, de verdad.
-Pero dijiste que escuchabas a las hadas cantar... algo habrá, ¿no?
-Si, escuchaba a las hadas cantar por las noches, ellas eran mis canciones de cuna. Las escuchaba a lo lejos, en su mundo tranquilo y feliz, mientras yo... -Y se paró.
-¿Mientras tú qué? -Le miré sospechando que quizá la respuesta no iba a gustarme. Pero no llegó porque de repente su mirada captó algo en lo lejos, a una muchacha, la cual me sonaba pero no sabía recordar de qué.
-¿Qué te parece si nos vamos ya?
-¿Ya? Pero si acabamos de llegar... -reprochaba mientras mi mente hacía por recordar dónde había visto antes esa silueta antes.
-Quiero dejarte pronto, sana y salva a casa. No me gustaría que tu abuela se preocupara por ti.
-No te preocupes, no lo hará. Pero si quieres... vamos.

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