Capítulo 5

Un fuerte golpe me despertó de golpe... abrí los ojos. Estaba tumbada encima de un césped húmedo. Cerré los ojos intentando recordar algo, entonces, vino a mi memoria como me daban en la cabeza y caía. Abrí los ojos de golpe, me levanté y me mareé pero no quité ojo de mi alrededor. Abrumada por aquella situación, de no poder acordarme del por qué me había despertado en el cementerio tumbada en aquel césped. Me miré la ropa, estaba manchada por el barro y observé en cielo, estaba azul, la luz del sol me quemaba los ojos y bajé la mirada de nuevo hacia mi ropa, me toqué en los bolsillos y me tranquilicé un poquito sabiendo que estaban todas mis cosas en ellos.
Empecé a andar... pero algo me cogió del brazo. Me asusté y empecé a chillar.
Pero una mano me tapó la boca, fui rápido y le mordí lo mas rápida posible.
-Silvia, para, soy Antonio. -mi boca aun estaba enganchada a su mano cuando empecé a darme la vuelta.
Miré sus ojos oscuros y volví a quedarme prendida por esa mirada tan astuta y madura.
-Si me sueltas... me harías un gran favor... -entonces, me di cuenta y le solté. Me di con la manga sobre mi boca, pero el me apartó el brazo, sacó de su bolsillo un pañuelo y me limpió la boca con dulzura. Era extraña la imagen... tengo que reconocerlo.
-Lo siento... yo... -empecé.
-Shh, no te preocupes, es normal, te has asustado. -me miró con curiosidad. -¿Qué haces aquí?
-Bueno... yo... -balbuceé, me di la vuelta, respiré hondo y me volví hacia Antonio. -Estaba dando un paseo y se me ocurrió dar una vuelta...
-¿Por el cementerio?
-¿Y tú que haces aquí? -me defendí.
-He venido a ver a mi madre.
-Ops... lo siento, yo... soy entrometida...
-¿Qué? Si te he preguntado yo primero Silvia. -A mi corazón le dio un vuelco cuando dijo mi nombre. Su voz  sonaba tan dulce.
-Si... ya, bueno. Yo... en realidad, no sé que decirte.
-No hace falta que digas nada.
-Cómo si fuese tan fácil quedarme callada.
-¿Acaso quieres hablar?
No dio tiempo a contestar, miró a su alrededor, me cogió de la mano, y salió pitando del cementerio.
-¿Qué pasa?
Conseguí decir en cuanto paró, me soltó la mano y empezó a andar como si nada.
-¿Qué? Nada... yo, bueno, me da mal yuyu el cementerio y... nada. -sonrió.
-Escucha, no sé de que vas..., -empecé.
-No voy de nada Silvia. Te digo la verdad, mira, ahora tengo que ir a trabajar, si quieres puedo dejarte en tu casa y luego ir a buscarte.
-No. Déjalo, quiero caminar. Vete tú. Nos veremos en clase.
-Bueno... está bien. Adiós.
Levantó una mano y me acarició mi mejilla que en un momento a otro se encendió a su tacto.

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